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Identidad de grupo y polarización

por | 26 Oct, 2022

El tema de la identidad de grupo, en el marco teórico de la teoría de la identidad social, siempre me ha hecho pensar en cómo nos aferramos a la defensa de algunas posiciones tal que si fuéramos auténticos hooligans. Como fanáticos que dejamos a un lado cualquier argumento razonable para defender, sin más, a un grupo y atacar al contrario por el simple hecho de que pertenecemos al primero y no al segundo.

Y no me refiero necesariamente a un grupo formal. El hecho de que nos sintamos parte de una categoría social concreta ya nos concede un sentido de pertenencia que integramos en nuestro propio autoconcepto. Este es el enfoque de la teoría de la identidad social, que se refiere a los modos en que nuestro autoconcepto se basa en la pertenencia a grupos sociales. Estos pueden ser muy distintos, desde equipos de fútbol hasta profesiones, religión, nacionalidad, género … Y partidos políticos, cómo no.

No voy a entrar en una descripción de esta teoría, formulada por Henry Tajfel en los años 70. En la web podéis encontrar muchísimas referencias con muy buenas explicaciones de sus planteamientos. Pero sí en uno de los primeros experimentos que este psicólogo social llevó a cabo y que, probablemente, te sorprendan. Y, cómo no, proporcionen en buena medida una explicación a los fenómenos de polarización.

Una anécdota personal sobre la identidad de grupo

Recordé esta orientación teórica durante la lectura del libro de Ezra Klein, Por qué estamos polarizados. Más concretamente, cuando éste describe someramente los primeros experimentos de Tajfel sobre identidad de grupo.

Y también recordé una historia personal de cuando entré como alumno en el Instituto Padre Suárez de Granada. En el recreo, a los pocos días del inicio del curso, subía por la magnífica escalera imperial de mármol blanco que sea atisba nada más entrar al recinto. Las podéis admirar en esta serie de fotografías.

Fue entonces que se me acercó un pequeño grupo de otros niños con los que iba a compartir aquel curso académico. Me rodearon y uno me preguntó si yo era de Moreno Sala o de Velázquez (nombres ficticios de sendos alumnos). La verdad es que yo no tenía ni idea sobre a qué y a quiénes se refería aquella pregunta. Respondí al azar: de Velázquez. ¡Y acerté! Me miraron con cierta alegría, me abrazaron y me llevaron con ellos a “cazar” a algún niño que respondiera de forma distinta. Es decir, de Moreno Sala.

Desde ese momento, sin saber muy bien por qué, quedé encuadrado en el grupo de Velázquez para el resto del curso. Y así, cada período de recreo durante los meses siguientes me juntaba con otros niños que también compartían su pertenencia a un grupo. Por cierto, definido con muy escaso criterio. Pero era nuestro grupo, cuya misión consistía, principal y creo que únicamente, en perseguir por los pasillos a miembros del grupo contrincante. La verdad es que no rivalizábamos en nada, excepto en la diferencial pertenencia a dos grupos. Conste, no obstante, que aquellas persecuciones no tenían como resultado más que derribar al suelo al contrario, sin que siquiera se produjera un simple rasguño.

El experimento de discriminación intergrupal de Tajfel

En un artículo de 1970[1], Henry Tajfel exploró el concepto de categorización social. Es decir, la clasificación de personas como miembros de grupos sociales como base para la discriminación de un grupo contra los miembros de otro grupo.

Algo curioso fue cómo Tajfel estableció la asignación de los sujetos (64 chicos de entre 14 y 15 años) a dos grupos distintos. Los reunió en un salón de actos y les dijo que iban a realizar un experimento para el estudio de los juicios visuales. Para ello, se proyectaron en una pantalla distintos conjuntos de puntos agrupados, ante los cuales los niños tenían que estimar el número de puntos que aparecían en cada uno de esos conjuntos. Para anotar sus estimaciones, se les facilitaron unas hojas de puntuación.

Una vez que anotaron sus estimaciones, se les informó de que algunas personas sobreestiman el número de puntos que perciben, mientras que otras tienden a subestimarlo.

En realidad, esto no fue más que un recurso experimental para informar a cada niño de su asignación a un grupo: sobre estimadores o sub estimadores. Por otra parte, esta asignación se hizo de forma aleatoria, es decir, sin atender a las respuestas que los pequeños sujetos experimentales habían dado.

Segunda parte del experimento

La segunda parte del experimento estuvo destinada a evaluar los efectos que esta asignación a los grupos (categorización e identidad de grupo) tenía en la conducta.

Para ello, se diseñó una tarea consistente en entregar una pequeña cantidad de dinero real a otros chicos del estudio. Hay que mencionar que los chavales no tenían posibilidad de darse dinero a sí mismos, sino a otros, bien pertenecieran a su grupo o al otro.

Lo que encontró fue que el simple hecho de sentirse parte de un grupo era suficiente para desencadenar la discriminación contra los miembros del grupo externo. De este modo, la mayor parte de los sujetos dieron más dinero a los miembros de su propio grupo que a los del otro.

Esto podría tener cierta lógica. Pero lo realmente interesante es que cuando tenían que elegir las cantidades, para distribuirlas entre una pareja formada por alguien de su grupo y un individuo del otro grupo, elegían la opción que maximizaba la diferencia entre el compañero de grupo y el externo. Y esto se hacía, aunque la elección significara que su compañero ganara menos que en otras opciones. Es decir, por castigar al externo, se estaba dispuesto a hacer que el compañero de grupo ganara menos.

Antes de continuar, recordemos que esto se daba en un contexto donde la asignación era aleatoria y en base a un criterio bastante impersonal, como es pertenecer a los sobreestimadores o a los subestimadores. Se forzaba así una identidad de grupo.

Para no perdernos, veamos una de las matrices de puntuación utilizadas, con las distintas opciones de distribución del dinero.

experimento de Tajfel e identidad de grupo
Matriz de distribución del experimento de Tajfel

Elegir la cantidad más alta para su propio equipo (la última columna a la derecha) implicaba que el miembro del otro grupo obtendría también más dinero. Esto maximizaría las recompensas, tanto la conjunta como la del propio grupo. Sin embargo, si se decidiera asegurar que el miembro del equipo ganara más que el del grupo externo, se elegiría entre las columnas de la izquierda, aunque el propio equipo gane menos.

Pues bien, como ya he apuntado, la elección en la matriz se dirigía a la opción de mayores diferencias entre los miembros de ambos grupos (izquierda de la matriz). Y ello en lugar de optar por la columna de la derecha, en las que, aunque el miembro del propio grupo conseguía mayores ganancias, era a condición de el componente del otro grupo ganara más.

Estos resultados sorprendieron tanto a los investigadores, que decidieron realizar otro estudio. Como puedes suponer, los resultados fueron similares. Así, en general, los niños de sus estudios no ganaban nada, e incluso perdían cuando castigaban a los del grupo ajeno. Y todo sobre la base de categorizaciones artificiales.

El enfoque persuasivo

Decíamos al principio que el simple hecho de sentirnos parte de una categoría social, de poseer una identidad de grupo, nos aporta un sentido de pertenencia que contribuye a conformar nuestro propio autoconcepto. Es decir, el hecho de sentirnos como parte de un grupo nos define también individualmente.

Ejemplos los tenemos continuamente. Si miramos las descripciones que las personas hacen de sí mismas en sus perfiles de redes sociales, comprobaremos cómo, en muchos casos, se hacen según la pertenencia a uno o más grupos.

Y estos sentimientos de pertenencia son aprovechados para polarizar, cuando estimulados y creados, para enfrentar a unos grupos contra otros. Dado que la identidad de grupo forma parte, en mayor o menor medida, del autoconcepto de las personas, su valor emocional es muy potente. Y ante lo emocional, lo racional pierde eficacia.

Se entiende entonces que ciertos discursos políticos incidan en las emociones y en las identidades (nacional o de otro tipo) de sus públicos para implicarlos fuertemente y así polarizarlos. De este modo, cualquier posición (aunque sea levemente discordante) se considerará muy contraria. Además de la utilidad que tiene este enfoque para cohesionar a los seguidores más acérrimos.

Estamos entonces ante un enfoque de los discursos que tienden a la polarización ideológica, política, social y territorial. Polarización afectiva, al fin y al cabo, que reduce el territorio de la argumentación, de los hechos y evidencias, para quedarse en lo emocional. Así es mucho más fácil de manipular y capaz de despertar actitudes propias de hooligans; de auténticos “fans”, impermeables a cualquier dato o razonamiento.

Al fin y al cabo, lo que se hace es aprovechar los efectos de la identidad de grupo. Incluso moldeando nuevas categorías, para dividir; aunque esto suponga un perder-perder, en lugar del deseable ganar-ganar que debería orientar nuestras decisiones.

Diseño de mensajes en función de la identidad de grupo

Para finalizar, y ya que este blog se enmarca en la persuasión y las presentaciones públicas, algunas palabras sobre el diseño de los mensajes.

Es obvio que siempre hemos de utilizar evidencias que apoyen nuestras tesis, afirmaciones y aserciones. Esto no hemos de olvidarlo, pero el cómo lo hagamos debe tener en cuenta qué tipo de actitud tiene el público al que nos dirigimos.

En general, si este está altamente motivado por el tema que estamos tratando, las evidencias sólidas, de calidad, influirán más en una posible actitud de cambio. Pero también, las evidencias pueden resultar poco atractivas cuando las personas se han atrincherado en sus creencias. Y, enlazando con la identidad de grupo, es menos probable que una evidencia, por documentada y fuerte que sea, cambie actitudes fuertemente establecidas que afectan al autoconcepto o a los valores fundamentales de la audiencia.

Por ejemplo, si una persona fundamenta su actitud en una función instrumental [2], es más probable que valore como positivos los mensajes que induzcan expectativas sobre beneficios y evitación daños. En contraposición a aquellos que apelen a los valores. Sin embargo, la estrategia será distinta si son los valores los que sustentan la actitud. Entonces, habrá que hacer apelaciones a las creencias fundamentales de la audiencia.

El diseño de la argumentación variará, siendo más útiles las argumentaciones heurísticas y basadas en los valores de la audiencia cuando entra en juego la implicación del yo. Es decir, el estado motivacional que se da ante un tema que constituye un objeto de actitud central, con gran carga afectiva, o involucra a los valores, identidad y autoestima.

Todo dependerá del análisis de la audiencia que nos permita detectar fuertes identidades de grupo.

Cómo citar este artículo:

Talavera, C. (2022, 26 de octubre). Identidad de grupo y polarización. Persuadir E Informar. Consultado el __ de ________de 20__ en https://www.presentacionespublicas.com/identidad-de-grupo-y-polarizacion/


[1] Tajfel, H. (1970). Experiments in Intergroup Discrimination. Scientific American. 223. pp. 96–102. 

[2] Una actitud instrumental es la que nos sirve para adoptar posiciones dirigidas a lograr resultados positivos para nosotros y a evitar perjuicios.

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