Curso Presencial
Hablar en Público
Cómo Estructurar y Desarrollar Presentaciones Orales
Curso Presencial
Miedo a Hablar en Público
Cómo Afrontarlo con Éxito
Leer muestras de los capítulos
Capítulo 1
LA NATURALEZA DE LAS PRESENTACIONES PÚBLICAS
Capítulo 2
ESQUEMAS Y MARCOS COGNITIVOS
Capítulo 3
PERSUASIÓN. ACTITUDES Y PROCESOS COGNITIVOS
Capítulo 4
PRESENTACIONES INFORMATIVAS
Capítulo 5
PRESENTACIONES PARA LA FORMACIÓN
Capítulo 6
MENSAJES EMOCIONALES
Capítulo 7
ARGUMENTAR PARA PERSUADIR
Capítulo 8
DISEÑO DEL MENSAJE PERSUASIVO
Capítulo 9
ORGANIZACIÓN DEL MENSAJE PERSUASIVO
Capítulo 10
EL ESTILO EN EL MENSAJE
Capítulo 11
NARRACIÓN PERSUASIVA
Capítulo 12
DESARROLLANDO LA PRESENTACIÓN
Capítulo 13
PRESENTACIONES MULTIMEDIA
Capítulo 14
VISUALIZACIÓN Y PERSUASIÓN
Capítulo 15
AFRONTAR EL TEMOR A HABLAR EN PÚBLICO
Muestra del Capítulo 10: El Estilo en el Mensaje
En una presentación lo importante es el diseño del contenido, de sus puntos y argumentos, que deberán ser fuertes, con datos y evidencias consistentes. No cabe duda de que esto es así, que nuestros mensajes han de estar bien construidos para alcanzar sus objetivos; pero el estilo, o cómo presentemos las ideas, va a tener impacto en su resultado final, esto también es innegable.
Y es que el estilo que empleemos incidirá en la comprensión y aceptación de los mensajes. Al fin y al cabo, cuando una persona está frente a un grupo de oyentes tiene en su mente el significado de lo que quiere transmitir, pero lo que realmente comunique no ha de coincidir necesariamente con las ideas que originalmente concibió, ya que el significado último está en los receptores, para quienes lo verdadero es lo que entienden, no lo que dice el emisor[i].
Tenemos entonces que el estilo en el mensaje no es solo cuestión de ornato, es la forma que utilizamos para hacer llegar la información, datos, evidencias, posiciones y propuestas; constituyendo parte también del argumento desde el momento en que el modo de expresión de las ideas afecta a cómo estas se perciben y, consecuentemente, a las actitudes que se tienen hacia ellas.
Pero no perdamos de vista que por más bueno que sea el estilo, no va a sustituir a un contenido bien construido y con argumentos fuertes. Si la presentación está jalonada de mensajes débiles (es decir, con una lógica deficiente y sin evidencias), lo más probable es que no sea eficaz, aun cuando se haya expresado con buen estilo. Sin embargo, entre dos presentaciones con buenos contenidos ambas, será más eficaz aquella que se haya puesto en escena con un mejor estilo. En definitiva, el estilo deficiente tiende a inhibir el efecto de una buena argumentación.
Por tanto, no le quepa duda de que el éxito dependerá en buena medida de la forma utilizada para exponer las ideas, de ahí la importancia de atender a los factores propios de un buen estilo.
Fundamentos del Buen Estilo
Entendiendo por estilo el modo en que presentamos las ideas, este ha de ser tal que evoque en la audiencia el significado correcto de las palabras. Tenemos así un elemento indispensable, ya que la primera condición para trasladar ideas y argumentos es que lo hagamos utilizando las palabras de acuerdo con las reglas de la gramática y la sintaxis. No es necesario insistir en el efecto que un mal uso del lenguaje puede tener para la credibilidad del orador; piense en la imagen que le produce una persona que comete frecuentes errores gramaticales durante una intervención pública. Además, la corrección de las palabras redunda en la claridad y la exactitud, otras dos propiedades del buen estilo.
La claridad debe caracterizar el estilo de entrega; cualquier presentación pública, tenga objetivos predominantemente informativos o persuasivos, ha de tener la cualidad de ser entendida por el público.
Esto es obvio. Si hemos preparado el contenido para informar a la audiencia, el lenguaje que utilicemos deberá trasladar a la mente de los oyentes el sentido deseado. Lo que también es aplicable a presentaciones con una meta persuasiva, donde lo que se pretende principalmente es influir en las creencias, actitudes y comportamientos de otras personas. En este caso, en la fase de diseño del mensaje nos habremos esforzado en generar los argumentos, revisar las posibles evidencias y seleccionar las más adecuadas. Indudablemente, esta preparación puede perder eficacia, o sencillamente resultar inútil, si a la hora de exponer razonamientos y datos no acertamos con el lenguaje y no conseguimos que el receptor los comprenda.
Sería como si preparáramos cuidadosamente un paquete, pero el destinatario pudiera abrirlo solo parcialmente y ver únicamente una parte del contenido. Muy probablemente se haría una imagen equivocada de lo que hay en su interior o, cuando menos, una idea incompleta. En suma, la claridad en el lenguaje es lo que permitirá a la audiencia comprender, la llave para acceder completamente a ese contenido escrupulosamente elaborado.
Claridad que debe estar acompañada por la exactitud, lo que quiere decir que las palabras, además de ser gramaticalmente correctas, tienen que reflejar con precisión el mensaje. Pero guardando un equilibrio.
En su libro de ensayos sobre la ciencia, Ernesto Sábato nos obsequia con un estupendo ejemplo sobre la dificultad de combinar claridad y exactitud[ii]. Refiere el pensador argentino cómo, al intentar explicar a su interlocutor la teoría de la relatividad, le habla sobre tensores y geodésicas tetradimesionales, a lo que aquél le comenta que no ha entendido una sola palabra. A ello responde Sábato con una explicación menos técnica (y menos exacta), salpicada de algunas situaciones prácticas; sin embargo, su amigo sigue sin entender completamente la teoría de Einstein. El escritor, también físico y matemático, insiste, pero soslayando la precisión técnica y volcándose únicamente en ejemplos. “¡Ahora sí, ahora entiendo la relatividad!”, es la respuesta de su oyente. ¿La de Sábato?: “Sí, … pero ahora no es más la relatividad”.
Notas
[i] Todo receptor posee experiencias pasadas, sentimientos, valores y creencias que intervienen en la conceptualización del mensaje, de modo que este no se percibe tal y como lo concibió el emisor. Michael Birkembihl (psicólogo y experto en formación) formuló sobre esta base una de las leyes básicas de la comunicación: Lo verdadero no es lo que dice el emisor, sino lo que entiende el receptor. En: Birkembihl, M. (2008). Formación de formadores, “train the trainer” (18ª edición). Madrid: Paraninfo, pág. 50.
[ii] Sábato, E. (1984): Uno y el Universo. Buenos Aires: Sudamericana, pp. 52-53.