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Desinformación y ‘Fake News’: Por qué no son lo mismo

por | 30 Jun, 2025

Desinformación y ‘fake news’ son términos que solemos usar como si fueran sinónimos. Pero no lo son. De hecho, considerarlos equivalentes no solo confunde, sino que nos impide entender un problema cada vez más grave para nuestras democracias. De hecho, la información falsa y la desinformación se encuentran, según el Foro Económico Mundial, entre los riesgos globales más graves de la actualidad1.

En los últimos años, estamos viendo una enorme profusión de contenidos falsos, manipulados o tergiversados que circulan como si fueran información cierta. Pero lo preocupante no es solo su existencia, sino el modo en que se difunden, consumen y utilizan para manipular a la opinión pública. Por eso, es urgente abandonar etiquetas imprecisas como ‘fake news’ y adoptar un marco más riguroso: el de la desinformación.


Entender la Desinformación más allá de las Fake News

En un día cualquiera de principios de octubre de 2024, alguien publica en una red social que los efectos devastadores de la DANA de Valencia se deben a que el Gobierno «destruyó cuatro pantanos». El mensaje se difunde a casi la velocidad de la luz en grupos de Whatsapp, Facebook, X …  Son muchas las personas que lo comparten indignadas, ignorando que la afirmación es completamente falsa: los pantanos en cuestión ni fueron destruidos ni guardan relación alguna con el fenómeno meteorológico y sus devastadores efectos. Es decir, hay quienes creen que la información es cierta y la comparten. Ese mensaje crédulo es un ejemplo de misinformación: un contenido falso que se comparte sin intención de engañar, muchas veces por desconocimiento.

Pero no siempre ocurre así. Hay otros muchos casos en los que la mentira se elabora y difunde intencionadamente, con el objetivo de manipular la opinión pública, polarizar y alimentar el resentimiento, el miedo, el odio o la ira. Es entonces cuando hablamos de desinformación. Probablemente, en el caso anterior, el origen del bulo sobre los pantanos obededezca a intenciones similares.

Un caso de desinformación especialmente persistente es el que afirma que un inmigrante recién llegado cobra más ayudas públicas que un pensionista español. Esta afirmación, completamente falsa y que he visto en versiones a veces de lo más delirante, se presenta como dato oficial, acompañada de imágenes de supuestos formularios o capturas manipuladas. Pero su eficacia no se explica solo por lo visual o lo emocional: encaja perfectamente en marcos cognitivos estimulados por discursos que apelan al miedo y al agravio, señalando a la inmigración como causa de todos los males.

Los dos ejemplos anteriores muestran dos formas de distorsionar la información, pero no son las únicas. Durante la crisis del caso Koldo, se filtraron mensajes de WhatsApp del presidente Pedro Sánchez. Aunque no contenían nada irregular, fueron difundidos con insinuaciones para generar sospechas. Este sería un claro caso de malinformación: información veraz, pero utilizada fuera de contexto. Aquí ya no se trata de revelar hechos significativos, sino de sembrar dudas sobre lo que no es dudoso, sugiriendo opacidad o falta de ética donde, sencillamente, no la hay. Esta estrategia opera como un veneno lento: no necesita pruebas, le basta con insinuar.

Desinformación y Fake News: Cómo Distinguir lo que Parece Igual

Estos tres ejemplos muestran formas distintas de distorsionar la información. Y aunque se tienda a situarlas bajo el término fake news, lo cierto es que no estamos hablando del mismo fenómeno.

El problema con la expresión fake news no es solo su ambigüedad, es que ha sido politizada y vaciada de contenido, y utilizada por líderes como Trump para desacreditar cualquier información crítica, aunque sea cierta. Así, acusar a los medios de «noticias falsas» se ha convertido en un modo de atacar a la prensa o a los rivales políticos, más que en una herramienta para denunciar falsedades.

Por eso, el informe Trastorno de la información del Consejo de Europa2 propone un marco más útil y riguroso que distingue tres tipos de contenidos, de los que hemos visto antes sendos ejemplos

  • Misinformación: información falsa que se difunde sin intención de causar daño. Es el caso del mensaje sobre los pantanos cuando es compartido por personas que creían que era cierto.
  • Disinformación: información falsa creada deliberadamente para manipular, engañar o perjudicar. Como el bulo de las ayudas a inmigrantes, diseñado para alimentar la hostilidad hacia determinados colectivos.
  • Malinformación: información veraz que se utiliza para hacer daño, como en la filtración interesada de mensajes privados o comunicaciones sin relevancia, en el caso de los WhatsApp del presidente.
Desinformación y fake news_las tres formas de distorsionar la información
No todo lo falso es igual: las tres formas de distorsionar la información

Esta perspectiva de análisis permite definir lo que está ocurriendo. No todo contenido falso es igual; y tampoco son iguales todas las intenciones detrás de su difusión. Esa distinción es básica para elaborar soluciones, que las necesitamos, y mucho. Porque no es lo mismo corregir un error involuntario, que desenmascarar una red de manipulación.

Hablar solo de fake news o noticias falsas disipa estas diferencias y nos limita en la acción. Sin embargo, hablar de desinformación nos obliga a afrontar el problema en sus distintas vertientes: mensaje, emisor, contexto y, sobre todo, las intenciones detrás de cada publicación.

Por qué la Desinformación Triunfa: Identidad, Emoción y Tribus Digitales

Con frecuencia pensamos que la desinformación se propaga porque la gente no sabe distinguir entre lo verdadero y lo falso. Pero esta es solo una parte de la realidad. Para entender por qué ciertos contenidos falsos, manipulados o descontextualizados logran tanta difusión, hay que ir más allá y observar cómo apelan a nuestras emociones, creencias y vínculos sociales.

En muchos casos lo hacen reforzando lo que ya pensamos, gracias a lo que se conoce como sesgo de confirmación: una tendencia psicológica por la que buscamos, interpretamos y recordamos la información de forma que confirme nuestras ideas previas, ignorando o rechazando la que las contradice. Este sesgo nos lleva a aceptar, sin cuestionar, los contenidos que refuerzan nuestras creencias, incluso si son falsos, y a desconfiar de los que las ponen en duda, aunque estén bien fundamentados.

Así, la desinformación no solo se difunde por ignorancia, sino porque encaja emocionalmente con quienes la comparten. Y muchas veces lo hace en entornos donde apenas se encuentran voces disidentes.

Demos una mirada a tres factores clave que explican su éxito: la afinidad emocional, el formato de los mensajes y el entorno digital en el que se difunden.

Afinidad Emocional y Pertenencia

Mucha gente comparte contenidos falsos no solo por ignorancia, aunque es innegable que esta influye en muchos casos3. Pero hay algo más profundo y menos evidente: esos mensajes activan emociones, confirman creencias previas y reafirman la identidad de grupo. La desinformación no siempre convence con datos: seduce con narrativas, impresiona con imágenes impactantes y se refuerza en entornos de grupo donde nadie la pone en duda.

Es un fenómeno que se propaga más por afinidad emocional y tribal que por falta de conocimientos. Y por eso muchas veces no se puede combatir con datos ni desmentidos, porque su fuerza no está en la evidencia, sino en el vínculo emocional y la identidad colectiva que moviliza. En esos casos, compartir un contenido falso no es un error racional: es un acto emocional, casi simbólico. Una forma de decir “yo estoy con los míos”.

Por eso no basta con asumir que quien comparte un bulo simplemente “no sabe”. Es cierto que, en ocasiones, sí que hay un desconocimiento de los hechos, de cómo contrastarlos o de la forma en que funcionan los medios digitales. Pero otras veces, aunque se tengan conocimientos, se impone la afinidad emocional con un grupo o la necesidad de reafirmarse frente a otros. Desde este punto de vista, la desinformación no se propaga solo por error, sino por identificación y pertenencia. Explico cómo opera el sentimiento de pertenencia a un grupo en este otro artículo sobre identidad de grupo y polarización.

Un vídeo viral sobre mascarillas que se compartió por afinidad, no por ignorancia

Durante la pandemia de COVID-19, se viralizó un vídeo que afirmaba falsamente que las mascarillas contenían óxido de grafeno y que su uso formaba parte de una conspiración global. Aunque fue desmentido por fuentes científicas, circuló intensamente por redes y grupos de mensajería.

Lo relevante no es solo el bulo, sino el motivo de su difusión. Muchas personas no lo compartieron por ignorancia, sino porque el mensaje encajaba con su desconfianza hacia las instituciones. En palabras del informe Trastorno de la información, se trata de la comunicación como ritual: no se transmite información, sino señales de identidad y pertenencia grupal.

Esta mentalidad tribal explica en cierta medida por qué muchas personas comparten desinformación incluso sin confiar plenamente en su veracidad. Porque lo que en realidad buscan es conformarse al grupo, comportarse como parte de él, fortaleciendo así el vínculo común.

Puedes ver el análisis del vídeo en Maldita.es:

Los Mensajes: Formato, Emoción y Velocidad

Desde el punto de vista de la democracia, existe una seria preocupación por el impacto de la desinfomación en el ámbito político, económico y social. Y no es para menos. Por ejemplo, un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts4 analizó cómo se difunden los rumores en Twitter (actualmente, X), haciendo el seguimiento de más de 126.000 historias entre 2006 y 2017. Los resultados fueron realmente alarmantes: las noticias falsas se difundieron más rápido, más lejos y a llegaron a más personas que las verdaderas.

De hecho, el 1 % de los bulos más virales alcanzó a entre 1000 y 100.000 personas. Sin embargo, las iformaciones verdaderas rara vez superaron los 1000 usuarios. ¿A que se debe esto? ¿Quizá a la acción de bots pagados? Pues no; fueron los propios usuarios de las redes quienes mayormente difundieron las mentiras. La causa estimada es que la novedad del contenido y las emociones que despiertan explican en gran medida esa diferencia.

Alcance de las noticias falsas en Twitter

Este hallazgo ilustra un patrón determinado: la desinformación no necesita pruebas ni solidez argumental, necesita captar la atención y provocar reacciones. Y eso lo logra mediante formatos breves, visuales, emocionales y fáciles de compartir: titulares incendiarios, impactantes vídeos editados, capturas de pantalla, memes.

Mientras tanto, la información veraz suele requerir más esfuerzo cognitivo y más tiempo de lectura, lo que la hace menos atractiva en entornos digitales dominados por la rapidez y la gratificación inmediata que proporcionan los ‘me gusta’ y las reacciones rápidas.

Cámaras de Eco y Burbujas de Filtro: Desinformación y fake news en Entornos Sociales Cerrados

La desinformación no circula por igual en todas partes. Encuentra su terreno más fértil en espacios cerrados, homogéneos y emocionalmente intensos. Un ejemplo claro son los grupos de redes sociales o los canales de mensajería, donde muchas veces no hay posibilidad de debate ni contraste5. En ese entorno, los mensajes se perciben como verdades incuestionables, lo que facilita su aceptación y su propagación.

Estos son espacios en los que las ideas se reiteran y refuerzan, y donde rara vez se cuestionan. A esto se le denomina cámara de eco: un entorno donde las personas solo escuchan opiniones similares a las suyas, lo que fortalece sus creencias y reduce su disposición a considerar otros puntos vista.

Cámara de eco - Echo chamber
La cámara de eco digital: un entorno donde las personas están rodeadas por quienes piensan igual, repiten los mismos mensajes y refuerzan mutuamente sus creencias. La diversidad de opiniones desaparece, y lo que se escucha no es el debate, sino el eco de las propias ideas multiplicadas. (Imagen generada con Gemini IA)

Algo parecido ocurre con las llamadas burbujas de filtro, generadas por los algoritmos de las plataformas digitales. Estas burbujas nos presentan contenidos afines a nuestra creencias, hábitos y opiniones previas, ocultando lo que podría contradecirnos. El resultado no es otro que acabar accediendo a una versión sesgada del mundo que fortalece nuestras convicciones y elimina la posibilidad de debate racional.

En estos contextos, la desinformación no tiene ni que parecer verosímil ni, por supuesto, estar bien argumentada. En realidad, basta con que encaje con nuestras emociones y nuestros esquemas mentales, confirmando así el relato dominante. Se convierte en parte del “nosotros” frente a “ellos”, en una forma de cohesión interna. Y cualquier intento de corregirla puede ser percibido como una amenaza externa, lo que estimula aún más la desconfianza hacia los medios, las instituciones o quienes piensan diferente.

Por otro parte, las burbujas de filtro son el resultado de los algoritmos de redes sociales y buscadores, que nos muestran contenidos similares a los que ya consumimos. Y es de este modo, y sin ser conscientes de ello, que acabamos viendo solo lo que confirma nuestras creencias y omitiendo aquello que no nos encaja y que podría desafiarlas o matizarlas.

En estos contextos, la desinformación encuentra el entorno ideal para prosperar. No necesita ser verosímil para difundirse: basta con que refuerce el relato dominante del grupo, provoque emoción o active una identidad compartida. Y como todo lo que aparece confirma “lo que ya sabíamos”, la falsedad se normaliza y se vuelve resistente al cambio.

Burbujas de filtro - Filter bubbles
La ilustración representa cómo los algoritmos seleccionan y filtran la información que recibimos, dejando pasar solo los contenidos que confirman nuestras preferencias previas. Esta «burbuja de filtro» limita nuestra exposición a ideas diversas, refuerza creencias existentes y favorece la circulación de desinformación y fake news. Lo que llega a nuestra pantalla no es lo más veraz, sino lo que más encaja con nuestro perfil emocional, ideológico o de consumo. (Imagen generada con ChatGPT)

Desinformación y fake news: Qué Podemos Hacer

Para abordar un problema tan complejo (y grave para las democracias) como la desinformación, no basta con apelar a la buena voluntad individual. Si bien cada persona puede actuar con sentido y pensamiento crítico, también necesitamos respuestas colectivas, educativas e institucionales.

Uno de los enfoques, que considero de los más adecuados, es la alfabetización mediática e informacional. Aquí, no se trata únicamente de saber usar redes sociales, sino de desarrollar capacidades para interpretar, contextualizar y verificar la información; también para comprender cómo funcionan los algoritmos y reconocer las técnicas de manipulación.

Un estudio reciente6 demostró que quienes reciben formación en estas áreas (como buscar imágenes inversas, analizar la fiabilidad de una fuente o detectar webs clonadas) identifican mejor las noticias falsas (fake news) y se muestran menos dispuestos a compartirlas.

Además, organismos como la ONU recomiendan enfoques multifacéticos: garantizar el acceso a información fiable, proteger a periodistas y verificadores, exigir transparencia a las plataformas y promover pensamiento crítico desde la escuela7. Frente a la desinformación, cada acción (tanto individual como colectiva) cuenta: no compartir sin verificar, denunciar bulos, dialogar con respeto y exigir responsabilidad a quienes comunican.

Desde un plano más amplio, también son necesarias otras medidas. El apartado 6 del informe Information Disorder del Consejo de Europa propone una respuesta combinada que incluye: fortalecer el periodismo independiente, exigir responsabilidad a las plataformas digitales, diseñar marcos legales equilibrados, apoyar el fact-checking y fomentar políticas públicas que promuevan una ciudadanía informada y resiliente. Combatir la desinformación no es solo tarea del usuario individual: requiere un enfoque colectivo y estructural.


Notas

  1. World Economic Forum. (2024, 10 de enero). The Global Risks Report 2024. World Economic Forum. Recuperado el 26 de junio de 2025, de https://www.weforum.org/publications/global-risks-report-2024 ↩︎
  2. Wardle, C. y Derakhshan, H. (2017). Information Disorder: Toward an interdisciplinary framework for research and policymaking. Council of Europe report DGI(2017)09. Disponible en: https://rm.coe.int/information-disorder-report-version-august-2018/16808c9c77 ↩︎
  3. Se ha encontrado que, mientras la desinformación busca manipular, la misinformación se extiende gracias a la ignorancia. Es decir, hay contenidos falsos que se propagan simplemente porque desconocemos que lo son mdpi.com. ↩︎
  4. Vosoughi, S., Roy, D., y Aral, S. (2018). The spread of true and false news online. Science, 359(6380), 1146–1151. http://doi.org/10.1126/science.aap9559 ↩︎
  5. Un ejemplo significativo son aquellos canales tipo “solo lectura” en plataformas como Telegram o WhatsApp, donde solo un administrador puede publicar y los suscriptores no pueden participar ni contrastar. ↩︎
  6. Guess, A., Lerner, M., Lyons, B., Montgomery, J. M., Nyhan, B., y Reifler, J. (2020). A digital media literacy intervention increases discernment between mainstream and false news in the United States and India. Information, Communication & Society, 23(4), 555–575. https://doi.org/10.1080/1369118X.2019.1627230
    ↩︎
  7. Naciones Unidas. (2023, 6 de noviembre). La ONU ofrece recomendaciones para contrarrestar la desinformación, el discurso de odio y la incitación a la violencia. Naciones Unidas Noticias. Recuperado el 27 de junio de 2025, de https://news.un.org/es/story/2023/11/1525477 ↩︎
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